Me cago en la puta madre (con perdón) de Luis Úrculo una y mil cien veces.
De profesión “artista del cuento”, pero con el añadido de la suerte de vete tú a saber en qué lugar, en qué momento y con quién quiso el destino que tropezara el iluminado de turno éste.
Se ha puesto de moda el tío, que para eso es un tío: las marujas que no nos endrojamos ni fumamos crack, las que no fornicamos con cienes y cienes de alimañas, las que no somos transgresoras ni chupamos pollas de ponis, ni tampoco ahorcamos niños, ni nos tatuamos “I LOVE BOWIE” en la pipa del coño con una albaceteña en alguna performance o instalación aleatoria para solaz de los morbosos snobistas de turno que deciden quién es bendecido por las mieles del éxito, decía que las marujas, simples aficionadillas de mierda al fin y al cabo, siempre tendremos la opción de dedicarnos al petit-point, al bordado clásico con bastidor o a la restauración de abanicos.
Que le den por culo todo y a todos, hostias. ¡¡A la mierda!!
Dejo obra de arte, blog y web del fenómeno esparcidos por aquí. Y una petición, que alguien me lleve a comer al Ramsés de los cojones, el último templo del pijerío madrileño para poder mearme encima de uno de los taburetes del otro hijo de la cultura estanilista, machista, esnobista y vanguardista, Felipito StarcK.
pd: Esta entrada es una licencia poética.