Los excesos pasan factura
21 octubre, 2007

A pesar de que la sodomía no se encuentra entre mis prácticas concupiscentes cotidianas, mi culo ha amanecido como un florero.
Empezó la cosa hace un par de días con una ligera comezón a la que no presté la más mínima atención. Como cualquier mortal que haya pasado por este trance, me limitaba a caminar pegada a las paredes para rascarme disimuladamentre el ojete. El picor de mi oquedad más oscura y misteriosa devino poco a poco en dolor. Yo continuaba con mi vida social rutinaria haciendo caso omiso a esos pequeños sucesos fisiológicos. Almuerzos, cenas y tapas se sucedían como parte de los hábitos del fin de semana: unas patatitas bravas por aquí, par de cervezas por allá, tartar de atún (con mucha pimienta) de primero, pizza barbacoa (con guindillas) para cenar, Pago de Carraovejas (qué rico, qué rico) para acompañar, un orujito para digerir mejor el asunto etc. etc y más etc…
Esta mañana creí morir. Entre alaridos y sudores estertóreos he descubierto que el Maligno se ha manifestado en mi cuerpo para castigarme por los excesos cometidos de la forma más humillante que un ser humano de género femenino, sensible y exquisito (como yo) pueda imaginarse:

una almorrana.

Una protuberancia del tamaño aproximado de un garbanzo, prieta al tacto, adherida a las paredes de mi delicada retaguardia de manera irremediable que pica y duele mucho, que deprime y lesiona mi dignidad.
Espero que el gesto cariacontecido que luce mi rostro no delate el delicado trance que atravieso para solaz de mis enemigos.